Aquí me tenéis, Patrono universal de la Iglesia de Jesucristo: aquí me tenéis, confiado, sí, en la bondad infinita de mi redentor Jesús y en la piedad de mi cariñosa Madre María; pero sumamente desconfiado de mi mismo. ¡Ay! ¿Qué confianza puede tener, qué esperanza de salvación puede abrigar el mísero pecador que, como yo no tiene caridad, ni fe, ni una sola de todas las virtudes que en la caridad tiene su origen? A Vos, pues, acudo en demanda de la risueña virtud de la esperanza, de Vos, que la sorprendisteis en la divina sonrisa de Jesús, complacido de vuestra caridad ardiente y de vuestra fe inquebrantable, espero conseguirla, pero tan firme y profunda que todos los esfuerzos de Satanás sean insuficientes para arrancarla de mi corazón.
Conseguidme para esto un amor intensísimo a mi adorable Redentor y una fe sin límites en su infinita misericordia, y mi esperanza será entonces firme y segura, porque no solamente se fundará en la bondad del Corazón de Jesús, sino también en mis buenas obras, a imitación vuestra. En Vos, glorioso Patriarca, confío y espero. No consintáis que me falte nunca, y sobre todo en la hora de la muerte, la salvadora, la bendita y consoladora esperanza.
Modelo de todo linaje de virtudes, alcanzadme la dicha de imitaros en vuestra firme esperanza.
San Alfonso María de Ligorio, "Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José".
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