¡Cuan miserable me considero, bendito Padre adoptivo de mi adorable Redentor, cuando contemplo la fe sublime que os acompañó en todos los actos de vuestra vida admirable, y especialmente en vuestra vida admirable, y especialmente en vuestra dichosa muerte, y la duda criminal que sobre mí pesa continuamente como terrible maldición! Y es que la fe es una preciosa consecuencia de la hermosa caridad, que Vos poseíais en alto grado, y yo, por desgracia mía, no poseo. Es que la caridad es Dios, y Vos vivíais en Dios y yo vivo apartado de Él.
Por eso Vos, con los ojos siempre fijos en Dios y en sus santa ley y en las eternas recompensas, vivisteis consagrado en absoluto a su servicio en las sacratísimas personas de Jesús y de María; mientras que yo, apegado a las cosas de la tierra, vivo ¡ay! enteramente olvidado de mi Dios, de las sublimes misericordias de Jesús y de los sacrificios de su bendita Madre, por seguir los impulsos de mi viciada voluntad.
Alcanzadme, bondadoso Protector mío, la vivísima fe que os animó hasta la muerte; para que, creyendo firmemente que en sólo Él ame con toda mi alma.
¡Oh piadoso San José, proteged y aumentad mi fe!
San Alfonso María de Ligorio, "Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José."
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