
En cambio, qué desgraciado soy yo! Engolfado en los negocios del mundo, que no puede dar una paz que no tiene; olvidado de mi Jesús, Príncipe de la paz, no gozo ni un sólo momento de la hermosa paz, hija del amor y fruto fecundo del Espíritu Santo, que convierte los hombre en ángeles y el mundo en paraíso. Haced, piadoso Protector mío, que odie todo lo terreno, y que sólo suspire por Jesús y por María, hasta conseguir que ellos sean el único objeto de mi pensamiento y de mis deseos; entonces la paz celestial que tanto anhelo reinará en mi alma, acompañada de todas las virtudes, que harán de ella su perpetua habitación y tornarán preciosa y aceptable a los ojos del Señor y digna de la eterna bienaventuranza, en que consiste la suprema felicidad.
Glorioso Patriarca, interceded para que mi alma se aparte del vicio y de la ostentación, y se encianda más vivamente en el amor de Dios.
Tomado del libro ¨Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José¨ de San Alfonso María de Ligorio.