Decimoquinta visita a San José


Humildísimo José: a Vos que sois el modelo perfecto del hombre laborioso y sufrido; a Vos, que supisteis elevaros por vuestra humilde laboriosidad desde el pobre taller del artesano a la dignidad de cortesano del Rey de reyes, a Vos acudo humildemente en demanda de la sufrida laboriosidad, de esa virtud obscura, pero sublime y amada de dios, que tanto se me resiste porque no sé, como Vos, tener mi corazón puesto en Jesús mientras cumplo con la ley del trabajo, a que todos estamos condenados y de la que el mismo Jesús no quiso exeptuarse. ¡Insensato! Cegado por un necio orgullo me olvido de que para Dios no hay jerarquías, y de que ante sus divinos ojos lo mismo valen las virtudes magníficas y esplendorosas de un rey, que las humildes y ocultas de un carpintero o de un sencillo labrador. Necio de mí, pierdo de vista que debo ganar el sustento con el sudor de mi rostro, y que en mi trabajo tengo mi corona y el medio más propio para expiar mis pecados, ofreciéndoselo humildemente a mi Dios. ¡Ay! ¡Cuántos años he perdido para el Cielo por no haber sabido santificar mi trabajo! Alcanzadme, poderosísimo José, la virtud de la laboriosidad, y enseñadme a elevar mi corazón a Dios, ofreciéndole todas mis obras, para que mis penas y amrguras se endulcen con la esperanza de recibir la reconpensa en el Cielo.

Esposo cultísimo de María, ejemplo de sencillez y de amor al trabajo, haced que en mi corazón germinen los mismos sentimientos.


Tomado del libro: ¨Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José¨, de San Alfonso María de Ligorio.

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