Décima visita a San José


No hay tesoro comparable con la pureza de corazón, ni joya tan preciosa como un corazón casto. Dios, dice Bossuet, se complace en mirarse en un corazón casto como en un clarísimo espejo. Él mismo se imprime en él con toda su celestial hermosura, de suerte que viene a convertirlo en un sol resplandeciente por los rayos divinos que lo penetran. Así se explica que Jesús amase tanto la castidad. Así se comprende su especial predilección por el Discípulo amado. A él solo consiente apoyarse cariñosamente sobre su corazón; a él solo deja especialmente bajo la protección de María. ¿ En qué sublime grado brillaría en Vos la hermosa castidad, purísimo José, para merecer entre todos los hombres la distinción de ser depositario de la Pureza Infinita y Esposo de la Virgen por excelencia?

¡ Qué vergüenza, qué confusión para mí! Vos tan casto y tan hermoso y yo tan impuro y tan horrible a los ojos de Dios! Cubridme, bondadoso Protector mío, con el blanquísimo manto de la pureza, como hicisteis con vuestra devotísima Teresa de Jesús, dándole a entender que estaba purificada de todos sus pecados. Alcanzadme, como a ella, la gracia especial de ser vuestro devoto, y esto será para mí la más segura prenda de vuestra protección y de mi eterna felicidad.

¡Esposo castísimo de María, libradnos de toda mancha de impureza y alcanzadnos la bendición que humildemente os pedimos!

San Alfonso María de Ligorio, "Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José."

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