¡Que sublime os encuentro, bendito José, sufriendo resignadamente las pruebas terribles a que os sometió el Señor en esta vida!
¡ Qué heroica resignación la vuestra! Cuando os veo en Belén reducido a tal extremo de pobreza, que no tenéis con qué cubrir la desnudez del que con tanta magnificencia viste de flores los valles y de estrellas el firmamento; cuando os veo atravesar el árido desierto en demanda de hospitalario asilo para el Señor absoluto del universo; cuando os veo cubierto de sudor para sustentar al que alimenta con regia esplendidez al miserable insecto; cuando os veo dispuesto y resignado a abandonar este mundo, dejando en él, y a merced del furor del Infierno, al divino Jesús y a la bendita María, a quienes tanto amabais porque tanto valían y tanto os habían costado; cuando os veo tan absolutamente sometido a la voluntad de Dios, mi admiración no tiene límites, y encuentro vuestra resignación comparable solamente con la resignación infinita de Jesús.
Bendito seáis, porque de tal manera confundís mi falta de conformidad con la voluntad de Dios. Haced de mi corazón altar en que inmolar, con el cuchillo de la voluntad de Dios, y en honor de Jesús y María, mi propia voluntad con todos sus gustos y apetitos; para que, viviendo aquí sacrificado por Cristo, pueda también con Él, y con María y con Vos, gozar eterna dicha en el Cielo.
Glorioso Patriarca, alcanzadme la mayor conformidad y resignación, la gracia de acatar, reverenciar y amar los altos designios del Todopoderoso.
San Alfonso María de Ligorio, "Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José."
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