¡Qué verdad es, prudentísimo José, que el que ama el peligro perecerá en él y que un abismo conduce a otro abismo! Por no tener presentes estas divinas máximas y vivir confiado en mis propias fuerzas, como si el hombre pudiera por sí y sin el auxilio de la gracia elevarse desde el mundo de lo limitado al mundo de lo infinito, me he precipitado más de una vez en el abismo de la culpa; y en vez de levantarme escarmentado y corregido, me he hundido más y más en el lodo del vicio. ¡De qué diferente manera obrasteis Vos durante vuestra santa vida! Obediente a las inspiraciones de la gracia y desconfiando de las propias fuerzas, os alejasteis inmediatamente del peligro, sin reparar en sacrificios, trasladando desde Belén a Egipto el precioso Tesoro que se os había confiado, sin que os arredrasen los peligros del desierto, y sin reparar en que allí los encontraríais mayores quizá; y Dios, en recompensa, os libra de todos. Alcanzadme del divino Jesús la gracia de huir inmediatamente de los enemigos de mi alma, que quieren perderla para siempre, y en premio de mi fortaleza me concederá también el don de la perserverancia hasta la muerte, con lo que lograré salir del corrompido Egipto de este mundo, puro de toda mancha de pecado, para gozar con Él, con María y con Vos de las delicias eternas en el Cielo.
Gloriosísimo Patriarca, comunicadme vuestra prudencia y obetenedme el perdón de mis ofensas.
Tomado del libro: ¨Visitas al Santísimo Sacramento, María Santísima y San José¨ de San Alfonso María de Ligorio.
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